El lunes, se “cayeron” las redes sociales de Whatsapp, Instagram y Facebook por siete horas. Parece ser una noticia más, pero esto puso en evidencia que tan importante es para la sociedad. El psicólogo Mauricio Strugo diálogo en el “Tanke de Búnker”, para analizar que tan influyentes son en nuestras vidas.

“Estamos muy acostumbrados. Hoy en día, las redes sociales y aplicaciones de mensajería son parte de nuestras vidas. Cuando nos quedamos un rato sin ellas, es como si nos quedáramos sin una parte de nuestro cuerpo. Ya ni nos llamamos, es de mala costumbre hoy en día. Nos mandamos mensajes de audios o escribimos. Y nos cuesta mucho, cada vez más, lo de comunicarse por llamada. Antes se valoraba el encuentro cercano, hoy valoramos el diálogo telefónico. Cuando hay este tipo de apagones, aparece lo que se conoce como síndrome de abstinencia. Nos genera una crisis de ansiedad”, explicó.

La necesidad de tener el celular cerca nuestro: “Hay investigaciones que dicen que no podemos estar a más de dos metros de nuestro celular. Hay una cuestión que tiene que ver con nuestro cerebro, que emite la dopamina. La dopamina, también es conocida como la hormona de la felicidad. Y cuando nosotros vemos imágenes, colores o un nuevo “me gusta”, lo volvemos a buscar porque sentimos la necesidad de liberar esa dopamina. Cuando nos quedamos sin celular o conexión, esto se conoce como miedo a nomofobia, que es quedarnos sin el celular”.

“No creamos que todo esto es inocente. No creamos que algo gratuito, es gratuito porque son generosos. Hay algo ahí, que cuanto más tiempo consumimos eso, más plata ganan. Aparecen publicidades, nuestras preferencias por los algoritmos. Se vuelve un problema del que no nos damos cuenta. Lo que podemos hacer, no solamente cuando no hay wifi o se caen las redes, es salir al aire libre, mirarnos un poco más a los ojos. El celular nos hace tener la mirada hacia abajo y nos perdemos cosas”, señaló.

Por otra parte, aseguró que muchas de las actividades que realizamos, son para mostrarnos en las redes: “Hay como un exhibicionismo, mostramos lo que queremos que los otros vean. Siempre pareciera que uno tiene una vida muy feliz, muy hermosa. Yo me pongo contento con que por lo menos hayan salido a sacarse una foto. Aprendí que los extremos son malos. Con que las personas puedan en un almuerzo familiar, o en un restaurante, dejar afuera al teléfono de la conversación, que estén una hora conectados a la situación, no pasa nada. Nos enojamos con nuestros hijos porque usan desmedidamente la tecnología y hacemos lo mismo, tenemos que dar el ejemplo”.